El «equipo papás» ha de concentrarse, tal como hacen los futbolistas antes de un partido importante. Una vez tomada la decisión es importante y necesario que os aisléis de vuestra vida cotidiana para poder planificar vuestras nuevas estrategias. Necesitáis «tiempo muerto». ¿Cómo conseguirlo? Echad mano de abuelas, tíos, parientes, incluso amigos, para poder colocar los niños un fin de semana y quedaros solos, cargando pilas y poniendo sobre el papel los pactos educativos a los que vais a llegar.
Este paréntesis es básico como toma de conciencia de vuestra nueva relación: formáis parte de un nuevo equipo y se os asignarán diferentes cometidos. Pero algo ha cambiado: ahora estáis los dos juntos, frente al peligro. Se trata de apoyarse mutuamente, hacerse respetar por los niños y crear un punto de apoyo común para que ellos puedan crecer con un punto de referencia sólido y estable. Uno de los peligros más frecuentes es que uno de los padres se alíe con sus hijos en contra del otro, desautorizándolo sin darse cuenta.
Actualmente, los padres se suelen obsesionar por alcanzar un sobresaliente en la asignatura de la paternidad, lo que ocasiona que la mayoría de las parejas viva en un permanente estado de duda. Cada decisión, por insignificante que sea, les hace sentirse culpables. Se genera tensión entre ellos por tener diferentes puntos de vista respecto a la educación de los hijos y, sin quererlo, se la transmiten a ellos. El resultado es el caos; nadie sabe qué es lo que hay que hacer, ni padres ni hijos. La desorientación ocasiona una pérdida de control sobre la situación que puede ser más peligrosa que el problema en sí mismo.
Eso depende de los padres, pero, en general, hay que cortar actitudes que promuevan que de adultos sean maleducados, consentidos o egoístas…Por ejemplo, que el niño salte encima del sofá tiene una importancia relativa. Sin embargo, faltarle el respeto al abuelo o a algún otro mayor es inadmisible. Sencillamente, porque ningún niño saltará de mayor en el sofá por no haber sido castigado por ello de pequeño y, sin embargo, un niño al que se le consintieron groserías, de mayor será un grosero.
Cuando eso ocurre quizá es porque inconscientemente están descargando su enfado sobre ellos, sin razón. A los niños hay que reñirles cuando se lo merecen realmente, en su justa medida y con independencia de nuestro estado anímico. Es injusto que los hijos paguen el mal humor de los padres. Si el niño hace algo mal, hay que cortar esa actitud, pero con justicia y sentido común. Ningún padre se siente culpable por reñir a un niño que no quiere ir al colegio, ¿verdad?
El cerebro es como un músculo, cuanto más se trabaja más se desarrolla. Entre los 0 y los 3 años, el cerebro de los niños alcanza su grado óptimo de plasticidad, por lo que cualquier tipo de estimulación es beneficiosa. Y el juego, por su componente lúdico y de implicación afectiva, es doblemente productivo. Reptar por encima de papá o jugar a letras y números con mamá enriquece la relación padres-hijo y ofrece al niño variadas experiencias multisensoriales, que facilitarán su aprendizaje tanto intelectual como emocional.
Conseguir que nos tengan respeto, aprender a utilizar el “no” y a no sentirse culpable por ello, poner límites sin remordimientos y dar un margen de confianza y libertad para ejercer la responsabilidad.
El respeto es una carretera de doble dirección. Los padres también debemos aprender a decir «gracias» y «perdón» debidamente, disculpándonos ante los niños cuando no tenemos razón. Siendo honestos y sinceros, cumpliendo las promesas y mostrando confianza en su juicio y carácter, se establece una base sólida en la relación y los niños aprenden a respetar a los padres y a ellos mismos.
El «no» es una herramienta imprescindible en el proceso educativo del niño. Le ayuda a saber cómo tiene que actuar, cuáles son sus límites y hasta dónde puede llegar. Por eso es importante saber racionarlo. Hemos de decidir de mutuo acuerdo aquellos comportamientos (tres o cuatro) que no queremos consentir debido a sus consecuencias educativas, y concentrar en ellos nuestros nos. No perdamos el tiempo en intentar conseguir que no se suba al sofá a los dos años, pero no le dejemos de ninguna manera llamarnos «tonta», aunque lo haga con mucha gracia y picardía.
La vinculación afectiva es el motor biológico del niño, pero hay que saber poner límites sin sentir por ello remordimientos. De hecho, los niños no perciben el consentimiento absoluto como algo positivo, sino todo lo contrario. Sucede a menudo que las madres que trabajan fuera de casa se sienten culpables por no estar todo el tiempo que quisieran con sus hijos y ello les dificulta enormemente la tarea de poner límites. Es más importante estar con él al ciento por ciento que el hecho de pasar un montón de horas en su compañía. Os necesita a los dos en plena forma, con ganas, de todo corazón, para poder llevar a cabo vuestra tarea sin interferencias ni mala conciencia.