Esto implica que con frecuencia tengáis que reprimir los impulsos de dárselo todo hecho. Se han de acostumbrar a ser autosuficientes, previsores, adelantar deberes, por ejemplo, si un día saben que no los podrán hacer. Y esta tarea precisa que vayamos soltando la cuerda de su independencia poco a poco, aunque eso nos cueste dejar de sentirnos imprescindibles para nuestros hijos.
Tenemos que mantener la calma, ir paso a paso, escucharlo, premiar las conductas positivas, ignorar los comportamientos molestos, ser ecuánimes con los hermanos, tener un mínimo de orden y organización en las tareas familiares y saber delegar en otros miembros de la familia.
Se debe utilizar la tabla de incentivos, según las distintas edades y variando los objetivos a trabajar cada mes. La tabla la hemos de utilizar cada día, dentro de nuestra rutina a la hora que creamos conveniente, pero siempre igual, de la misma forma. Y no debemos saltárnosla bajo ningún concepto. La constancia es la llave del éxito.
Por el contrario, cuando lo hace mal, ni lo vemos ni le decimos nada. Nuestra actitud ha de ser de total indiferencia. Salvo aquellos que hemos pactado como inadmisibles, que han de ser pocos y muy escogidos, como faltas de respeto, insultos, pegar, contestar mal tanto a los padres, a los hermanos como a los amigos, y siempre con la misma firmeza y de la misma manera.
Es importante diferenciar los comportamientos de cada uno. Así como suele ser necesario actuar con todos igual frente a una pelea, porque todos están actuando mal, hay que evitar castigarlos a todos sólo porque uno no haya cumplido su parte.
En una casa con niños es vital tenerlo todo un poco programado. Los niños funcionan muy bien cuando han establecido un orden, unas normas y se trabaja en equipo. Es decir, tienen asignado un lugar de responsabilidad en la familia. Pero, más importante que esto, es establecer unos turnos para realizar las tareas cotidianas, que vayan encadenando las diferentes acciones en función del carácter propio de cada hermano.
La clave está en encontrar el equilibrio, ya que, dependiendo del estilo educativo de los padres, se condiciona de forma diferente la manera de ser de los hijos. Los puntos básicos para decidir el estilo educativo son:
A los padres no nos interesa aislar a nuestros hijos del mundo en el que viven e ir a contracorriente, sino enseñarles a sacar el máximo partido de una herramienta que nos puede ser muy útil desde el punto de vista educativo: la televisión. Hemos de ganar esa partida, y aprovechar los beneficios de la tele. Simplemente se trata de saber elegir y programar lo que pueden ver dependiendo de la edad y circunstancias. Hemos de saber decir no a la tele-canguro y aprender a usarla de forma pedagógica. La televisión bien utilizada puede ser una perfecta herramienta educativa.
Todos sabemos que los niños a una determinada edad, entre los 18 y los 48 meses aproximadamente, juegan a imitar el comportamiento de los adultos que tienen alrededor. Este mecanismo de aprendizaje lo utilizamos para enseñarles palabras nuevas, hacer puzzles o construir escaleras de colores. Primero lo hacemos nosotros, intentando que el niño se fije, y luego lo animamos a que lo haga él solito. Los niños seleccionan tanto a quién imitan como los comportamientos que les llaman la atención y que serán objeto de su curiosidad imitativa.
Se trata del deseo de prolongar la emoción producida por la reacción del adulto ante lo que hace el niño. Cuando la madre aplaude a su hijo porque ha conseguido aprender algo imitando sus movimientos, el niño está tan contento que lo repite una y otra vez para disfrutar de la reacción de su madre.