Consejos prácticos
Mª Luisa Ferrerós
Consejos prácticos 1
Precisamente, porque los niños no nacen con un libro de instrucciones bajo el brazo y los padres se encuentran día a día con el dilema de tener que tomar pequeñas y diferentes decisiones a lo largo de la infancia del hijo.
Educar significa poner límites a la conducta de nuestros hijos, lo que puede variar significativamente dependiendo de la edad. La educación de nuestros hijos es una carrera de fondo, en la que cada día se van alcanzando pequeños objetivos, que nos permitirán construir unos sólidos cimientos sobre los que se asentarán las futuras reacciones de nuestros hijos.
El informe Delors, elaborado a petición de la Unesco por una comisión internacional, sobre la educación del siglo xxi, señala como los «cuatro pilares de la educación».el aprender a hacer, a conocer, a vivir juntos y a ser; dando lugar a una propuesta renovadora: la educación a lo largo de toda la vida.
Para poder aplicar nuestro método educativo hemos de estar predispuestos a emplearnos a fondo. Implicarnos tanto emocional como intelectualmente, ya que una de las premisas fundamentales de este método se basa en la comprensión objetiva de vuestro hijo a lo largo de su desarrollo. Al igual que el pediatra anota periódicamente el peso y la talla del niño, los padres anotarán una serie de variables emocionales, que serán los datos objetivos desde los que aplicaremos nuestras pautas educativas y extraeremos útiles conclusiones. Éstas no se verán distorsionadas por lo que a uno o a otros les ha parecido entender, oír o interpretar, sino que serán datos reales.
A menudo caemos en el tópico de pensar que si enseñamos a nuestro hijo a pedir las cosas por favor o a dar las gracias ya lo tenemos educado. Pero en realidad no es así. No son más importantes las formas que el fondo. Lo que hemos de conseguir es que nuestros hijos entiendan y razonen los motivos que hay detrás, que sean capaces de reflexionar y darse cuenta de que para ganarse la confianza hay que empezar por portarse bien con los demás. Y las buenas formas no son sino una manera de exteriorizarlo. Pero el no saber el porqué, lo convierte en algo sin sentido.
La tarea de los padres no da resultados inmediatos sino a largo plazo. Por eso no hemos de perder nunca de vista las consecuencias posteriores de lo que hacemos en cada momento. Tener perspectiva debe ser una de nuestras premisas más importantes junto con el estado permanente de observación.
Sí; cuando una pareja decide tener un hijo no se plantea cómo lo va a educar, y esta nueva situación cambia tanto la manera de reaccionar como la de relacionarse entre sí. Es necesario un nuevo acoplamiento y plantearse en serio las responsabilidades que supone el nuevo papel de padres.
El motivo de estas anotaciones es doble: por una parte es necesario para que las observaciones sean objetivas, y por otro para facilitar el trabajo en equipo. A menudo nos puede dar la impresión de que el niño es muy llorón, que siempre monta unas pataletas de órdago o que continuamente se le escapa el pipí. Pero si lo apuntamos en el cuaderno de anotaciones que os mostramos en la tabla, al final de una semana nos daremos cuenta de que son impresiones nuestras y por tanto subjetivas, y a lo mejor estos comportamientos sólo han ocurrido en dos o tres ocasiones.
Es importante observar y anotar sus reacciones ante diferentes situaciones tal como os proponemos en las tablas correspondientes, según la edad del niño. El objetivo de éstas es el de darnos una perspectiva real de cuál es la tendencia reactiva del niño, para poder adoptar las medidas para adecuar esa reactividad a las normas que queremos que aprenda.
Entender cómo piensa, cómo actúa y por qué, para poder aceptarlo tal como es y no como quisiéramos o nos imaginábamos que sería. Hemos de desechar nuestras expectativas y aprender a aceptar las características personales de nuestro hijo.
Consejos prácticos 2
El «equipo papás» ha de concentrarse, tal como hacen los futbolistas antes de un partido importante. Una vez tomada la decisión es importante y necesario que os aisléis de vuestra vida cotidiana para poder planificar vuestras nuevas estrategias. Necesitáis «tiempo muerto». ¿Cómo conseguirlo? Echad mano de abuelas, tíos, parientes, incluso amigos, para poder colocar los niños un fin de semana y quedaros solos, cargando pilas y poniendo sobre el papel los pactos educativos a los que vais a llegar.
Este paréntesis es básico como toma de conciencia de vuestra nueva relación: formáis parte de un nuevo equipo y se os asignarán diferentes cometidos. Pero algo ha cambiado: ahora estáis los dos juntos, frente al peligro. Se trata de apoyarse mutuamente, hacerse respetar por los niños y crear un punto de apoyo común para que ellos puedan crecer con un punto de referencia sólido y estable. Uno de los peligros más frecuentes es que uno de los padres se alíe con sus hijos en contra del otro, desautorizándolo sin darse cuenta.
Actualmente, los padres se suelen obsesionar por alcanzar un sobresaliente en la asignatura de la paternidad, lo que ocasiona que la mayoría de las parejas viva en un permanente estado de duda. Cada decisión, por insignificante que sea, les hace sentirse culpables. Se genera tensión entre ellos por tener diferentes puntos de vista respecto a la educación de los hijos y, sin quererlo, se la transmiten a ellos. El resultado es el caos; nadie sabe qué es lo que hay que hacer, ni padres ni hijos. La desorientación ocasiona una pérdida de control sobre la situación que puede ser más peligrosa que el problema en sí mismo.
Eso depende de los padres, pero, en general, hay que cortar actitudes que promuevan que de adultos sean maleducados, consentidos o egoístas…Por ejemplo, que el niño salte encima del sofá tiene una importancia relativa. Sin embargo, faltarle el respeto al abuelo o a algún otro mayor es inadmisible. Sencillamente, porque ningún niño saltará de mayor en el sofá por no haber sido castigado por ello de pequeño y, sin embargo, un niño al que se le consintieron groserías, de mayor será un grosero.
Cuando eso ocurre quizá es porque inconscientemente están descargando su enfado sobre ellos, sin razón. A los niños hay que reñirles cuando se lo merecen realmente, en su justa medida y con independencia de nuestro estado anímico. Es injusto que los hijos paguen el mal humor de los padres. Si el niño hace algo mal, hay que cortar esa actitud, pero con justicia y sentido común. Ningún padre se siente culpable por reñir a un niño que no quiere ir al colegio, ¿verdad?
El cerebro es como un músculo, cuanto más se trabaja más se desarrolla. Entre los 0 y los 3 años, el cerebro de los niños alcanza su grado óptimo de plasticidad, por lo que cualquier tipo de estimulación es beneficiosa. Y el juego, por su componente lúdico y de implicación afectiva, es doblemente productivo. Reptar por encima de papá o jugar a letras y números con mamá enriquece la relación padres-hijo y ofrece al niño variadas experiencias multisensoriales, que facilitarán su aprendizaje tanto intelectual como emocional.
Conseguir que nos tengan respeto, aprender a utilizar el “no” y a no sentirse culpable por ello, poner límites sin remordimientos y dar un margen de confianza y libertad para ejercer la responsabilidad.
El respeto es una carretera de doble dirección. Los padres también debemos aprender a decir «gracias» y «perdón» debidamente, disculpándonos ante los niños cuando no tenemos razón. Siendo honestos y sinceros, cumpliendo las promesas y mostrando confianza en su juicio y carácter, se establece una base sólida en la relación y los niños aprenden a respetar a los padres y a ellos mismos.
El «no» es una herramienta imprescindible en el proceso educativo del niño. Le ayuda a saber cómo tiene que actuar, cuáles son sus límites y hasta dónde puede llegar. Por eso es importante saber racionarlo. Hemos de decidir de mutuo acuerdo aquellos comportamientos (tres o cuatro) que no queremos consentir debido a sus consecuencias educativas, y concentrar en ellos nuestros nos. No perdamos el tiempo en intentar conseguir que no se suba al sofá a los dos años, pero no le dejemos de ninguna manera llamarnos «tonta», aunque lo haga con mucha gracia y picardía.
La vinculación afectiva es el motor biológico del niño, pero hay que saber poner límites sin sentir por ello remordimientos. De hecho, los niños no perciben el consentimiento absoluto como algo positivo, sino todo lo contrario. Sucede a menudo que las madres que trabajan fuera de casa se sienten culpables por no estar todo el tiempo que quisieran con sus hijos y ello les dificulta enormemente la tarea de poner límites. Es más importante estar con él al ciento por ciento que el hecho de pasar un montón de horas en su compañía. Os necesita a los dos en plena forma, con ganas, de todo corazón, para poder llevar a cabo vuestra tarea sin interferencias ni mala conciencia.
Consejos prácticos 3
Esto implica que con frecuencia tengáis que reprimir los impulsos de dárselo todo hecho. Se han de acostumbrar a ser autosuficientes, previsores, adelantar deberes, por ejemplo, si un día saben que no los podrán hacer. Y esta tarea precisa que vayamos soltando la cuerda de su independencia poco a poco, aunque eso nos cueste dejar de sentirnos imprescindibles para nuestros hijos.
Tenemos que mantener la calma, ir paso a paso, escucharlo, premiar las conductas positivas, ignorar los comportamientos molestos, ser ecuánimes con los hermanos, tener un mínimo de orden y organización en las tareas familiares y saber delegar en otros miembros de la familia.
Se debe utilizar la tabla de incentivos, según las distintas edades y variando los objetivos a trabajar cada mes. La tabla la hemos de utilizar cada día, dentro de nuestra rutina a la hora que creamos conveniente, pero siempre igual, de la misma forma. Y no debemos saltárnosla bajo ningún concepto. La constancia es la llave del éxito.
Por el contrario, cuando lo hace mal, ni lo vemos ni le decimos nada. Nuestra actitud ha de ser de total indiferencia. Salvo aquellos que hemos pactado como inadmisibles, que han de ser pocos y muy escogidos, como faltas de respeto, insultos, pegar, contestar mal tanto a los padres, a los hermanos como a los amigos, y siempre con la misma firmeza y de la misma manera.
Es importante diferenciar los comportamientos de cada uno. Así como suele ser necesario actuar con todos igual frente a una pelea, porque todos están actuando mal, hay que evitar castigarlos a todos sólo porque uno no haya cumplido su parte.
En una casa con niños es vital tenerlo todo un poco programado. Los niños funcionan muy bien cuando han establecido un orden, unas normas y se trabaja en equipo. Es decir, tienen asignado un lugar de responsabilidad en la familia. Pero, más importante que esto, es establecer unos turnos para realizar las tareas cotidianas, que vayan encadenando las diferentes acciones en función del carácter propio de cada hermano.
La clave está en encontrar el equilibrio, ya que, dependiendo del estilo educativo de los padres, se condiciona de forma diferente la manera de ser de los hijos. Los puntos básicos para decidir el estilo educativo son:
- el nivel de responsabilidad que exigiremos
- el tipo de límites que impondremos
- la forma en la que ejerceremos el control (castigos y premios)
- pactar las normas de convivencia
- acordar los valores que queremos transmitir
- planificar las estrategias a seguir y el papel de cada uno.
A los padres no nos interesa aislar a nuestros hijos del mundo en el que viven e ir a contracorriente, sino enseñarles a sacar el máximo partido de una herramienta que nos puede ser muy útil desde el punto de vista educativo: la televisión. Hemos de ganar esa partida, y aprovechar los beneficios de la tele. Simplemente se trata de saber elegir y programar lo que pueden ver dependiendo de la edad y circunstancias. Hemos de saber decir no a la tele-canguro y aprender a usarla de forma pedagógica. La televisión bien utilizada puede ser una perfecta herramienta educativa.
Todos sabemos que los niños a una determinada edad, entre los 18 y los 48 meses aproximadamente, juegan a imitar el comportamiento de los adultos que tienen alrededor. Este mecanismo de aprendizaje lo utilizamos para enseñarles palabras nuevas, hacer puzzles o construir escaleras de colores. Primero lo hacemos nosotros, intentando que el niño se fije, y luego lo animamos a que lo haga él solito. Los niños seleccionan tanto a quién imitan como los comportamientos que les llaman la atención y que serán objeto de su curiosidad imitativa.
Se trata del deseo de prolongar la emoción producida por la reacción del adulto ante lo que hace el niño. Cuando la madre aplaude a su hijo porque ha conseguido aprender algo imitando sus movimientos, el niño está tan contento que lo repite una y otra vez para disfrutar de la reacción de su madre.
Consejos prácticos 4
El aprendizaje en el niño también tiene que ver con el efecto sorprendente de una acción que ha observado: abrir un grifo y que salga agua, por ejemplo. Se trata de un nuevo experimento que ha descubierto imitando a su hermano. Gracias a este mecanismo de aprendizaje suele ser más fácil criar al segundo o tercer hijo que al primero, ya que si tiene bien encarrilado al primogénito, los siguientes lo imitan sin problemas al dormir, al comer, al poner y quitar la mesa…
El mecanismo de imitación más determinante tiene que ver con la «inseguridad» que le produce un reto. El estado de incertidumbre del niño sobre su capacidad para realizar algo es lo que le motiva a llevarlo a cabo. Así, a medida que el niño va evolucionando van cambiando las acciones que le llaman la atención, las que ya controla dejan de interesarle y se centra en las nuevas situaciones.
El niño toma un modelo a imitar, a fin de llegar a dominar el papel desempeñado por otra persona. El pequeño tiende a identificarse con el modelo para imitarlo. Es decir, ante una situación nueva y desconocida para el niño, en la que no tiene una experiencia previa de cómo reaccionar en determinada circunstancia, buscará alguien en su misma situación para imitarlo o recurrirá a algún recuerdo de alguien con quien se sienta identificado e imitará su comportamiento.
Es evidente que hoy en día no sólo nuestros hijos, sino todos estamos sometidos a la cultura de la realidad virtual: el cine, la televisión, los videojuegos, Internet… Todos estos medios nos bombardean con determinados patrones de conducta, que de forma subliminal alteran o condicionan nuestra manera de reaccionar e incluso nuestra personalidad. Este aprendizaje por observación es lo que se denomina aprendizaje vicario o imitativo.
La sociedad actual recibe la mayoría de la información a través de los medios audiovisuales, pero lo peor es el uso indiscriminado de éstos, sin criterio, ni vigilancia. El mando de la tele, de la casa y de la familia lo habéis de tener vosotros, los padres. Tenéis más experiencia, un criterio formado, un filtro para juzgar lo que veis, y vuestros hijos todavía están en proceso de aprendizaje. Hay que entrenarlos para que sepan respetar, aprendan a juzgar las informaciones que reciben y poco a poco vayan elaborando un criterio propio y sólido que los guíe en su camino por la difícil época que les ha tocado vivir.
El aprendizaje vicario es un término que acuñaron a finales de los setenta los investigadores y psicólogos Albert Bandura y Richard Walters, y que explica el mecanismo por el que nuestros hijos imitan lo que ven en la televisión. Al identificarse con los protagonistas de las películas, que muchas veces utilizan la violencia, los niños imitan su comportamiento. Al observar cómo en la pequeña pantalla se transgrede la norma y parece divertido, incluso se puede escapar al castigo o éste no parece importante, se genera el impulso de imitar esos actos en cuanto tienen oportunidad. Se acostumbran entonces a reaccionar pegando, tienen fuertes pataletas cuando se les contraría e incorporan desde pequeños la idea de que en el mundo real los conflictos con los demás se solucionan de forma violenta y a la fuerza.
¡Sí! La influencia ejercida por las películas y programas de televisión violentos sobre el aumento de la agresividad de los niños y adolescentes está más que demostrada. Sucede que, al presenciar frecuentemente escenas de violencia, se vuelven poco sensibles a éstas y pasan a tolerar sin problemas ese tipo de situaciones.
El aprendizaje por imitación o vicario afecta de forma notable en lo que respecta a conductas agresivas casi el doble a los niños que a las niñas. Pero también es cierto que la incentivación o motivación externa es el factor decisivo para que se desencadenen este tipo de conductas. El ambiente que rodea al niño durante su exposición a estos estímulos agresivos es decisivo.
Cuando un niño está mirando de forma pasiva unos dibujos animados o una película y el protagonista, por ejemplo, ametralla a todos sus enemigos, para él es el que «gana» porque es el único que queda vivo. Es incapaz de darse cuenta de las consecuencias negativas. Su perspectiva es que es el más fuerte, ha vencido a los demás y le tiene sin cuidado que sea considerado el «malo» o que luego vaya a la cárcel. Se identifica con el protagonista porque su espíritu competitivo es muy fuerte en ese momento evolutivo y él también quiere ganar.
Los padres pueden atenuar con su conducta las influencias negativas. Así, se han realizado diversos ensayos experimentales para demostrar la eficacia imitativa de lo que se ha vivido en directo frente a lo que se observa de forma pasiva. Los resultados indican que los modelos virtuales o fílmicos no son tan eficaces para trasmitir pautas de conducta como los de la vida real.
Consejos prácticos 5
Lo primero que nos hemos de plantear es por qué queremos cambiar las cosas en casa. No es porque no deseemos la felicidad de los niños, sino porque un barco sin capitán no funciona. Y una familia sin normas, tampoco.
Ejercer el control del mando a distancia, significa, en cierta manera, ejercer el «poder» familiar. La pelea por el dominio del mando es la lucha por quién hace záping y, en realidad, por quién decide lo que hay que ver. Este hecho refleja muy bien la idiosincrasia de las familias. Las más clásicas son aquellas en las que el padre controla este elemento de poder. Existen otras opciones más modernas en las que se turnan el padre y la madre e incluso algunas en las que los hijos lo dominan de tal manera que los padres han de pedir permiso para ver las noticias o el fútbol. Éste sería un síntoma de que hemos perdido los papeles. El primer paso para retomar las riendas familiares pasa por reconocer esta situación y buscar soluciones conjuntas, como un equipo: el equipo educativo de LOS PADRES. En última instancia, la decisión es de los adultos, somos los padres los que decidimos los que decidimos lo que ven nuestros hijos, cómo y cuándo lo ven.
Sí, y las podríamos resumir en estas ocho:
- Limita el consumo por horarios y normas.
- Vigila los anuncios: la mayoría no son para niños.
- No los dejes solos ante la pantalla.
- Controla el mando a distancia.
- Decide lo que hay que ver.
- Utilízala para enseñar.
- Conviértela en un instrumento interactivo.
- Apágala cuando sea necesario.
¿No será porque no les quedan muchas alternativas? O, quizá, porque es lo único que pueden hacer, ya que nadie les hace caso, y es una manera, además, de que se queden «quietecitos». Puede ser también porque los niños de la clase hablan de una determinada teleserie y no quieren quedarse al margen. Éstos son los casos que nos han de llamar la atención.
Para todas las edades, os ofrecemos una serie de pautas generales para hacer de la televisión un instrumento educativo y aprovechar sus beneficios de manera práctica y pedagógica:
- Ayúdalos a elegir los contenidos que les pueden interesar
- Crea criterios para filtrar la información que les llega
- Enséñales a apagar la tele
- Establece una rutina diaria en la que la tele no les robe su tiempo de ocio
- Compartid la televisión en familia o con amigos
- Sólo una tele por familia
Aprender a utilizar la tele cuando les interese es lo más difícil. Hemos de tener claro que si los padres no los ayudamos, no marcamos límites, no nos plantamos en definitiva, los niños no aprenderán a autocontrolarse. Una buena manera de empezar es haciéndoles apreciar que se puede vivir sin tele. Para ello se puede establecer un día sin tele o una semana sin tele. Cuando son pequeños es fácil, pero cuando crecen hay que agudizar el ingenio, «la tele se ha estropeado», «nos hemos quedado sin luz» y otras astucias que pueden servir para propiciar esa sana costumbre.
La cuestión en debate es si debemos permitir que cada niño tenga una tele en su habitación, ya que partimos de la base de que cada hijo tiene una habitación propia y que son pocos los que comparten espacio. Aparentemente no hay ningún problema, se acaban las discusiones, cada uno ve lo que quiere en su propia tele, como y cuando le viene en gana. A corto plazo, todo parece ir bien. La cuestión real es si ganamos algo positivo en la educación de nuestros hijos. Por otra parte, hay que considerar por qué preferimos que el niño esté encerrado en su cuarto viendo la tele tranquilamente; el hecho de «sacarnos de encima» al niño, poniéndole una tele en su cuarto para evitar que esté todo el día fastidiando con sus jueguecitos de la videoconsola, tiene unas connotaciones altamente peyorativas para el niño, que obviamente percibe esa corriente negativa. Sin querer, el hecho de aislarlo, pensando que así «irá a su rollo» y estará más tranquilo, como una forma de respeto hacia él, puede no ser interpretada de igual manera por él.
Si a nuestro hijo adolescente le gustan mucho los deportes, el resto de la familia puede ver con él una retransmisión deportiva. Nos hemos de implicar aunque no nos guste especialmente su afición, intentar compartir algo que le agrade a él. De esta manera podremos conseguir que él se implique en algo que guste a los demás miembros de la familia.
La mayoría de las veces gana el mayor, porque si no, se aburre y se porta mal (gana su boicot). Los pequeños suelen adaptarse mejor. Pero, cuidado, la mejor opción en estos casos no suele ser ésta, sino otra: convencer al mayor de que acepte ver una película más infantil y otro día, cuando el pequeño ya esté durmiendo, mirar una de mayores con él. Y, recordad, se trata de llegar a un trato buscando el consenso. Por una parte, estáis poniendo los límites adecuados para cada uno y, por otra, les estáis educando en el respeto, y a compartir y a sensibilizarse con los derechos del más débil. Les estáis enseñando a formar parte de un grupo, a sentirse integrados, a ceder y a no ser egoístas.
Para hacer de ellos buenos televidentes hay que saber racionar la cantidad de horas que pasan de forma pasiva ante ella y evitar que la tele invada su vida, y no se acuerden ni de jugar. Es necesario que se aburran y agudicen el ingenio para pasárselo bien sin tele. Es importante, también, que no les reste horas de sueño, ya que eso perjudica al equilibrio bioquímico y al desarrollo físico.
Consejos prácticos 6
Sí, pero la adicción a la televisión y sobre todo a los videojuegos no es más que eso, una adicción; no es una ludopatía ni está descrita como un trastorno psicológico. Lo preocupante es el aislamiento personal que conlleva, en un momento en el que los chavales están poniendo los pilares donde se va a asentar su personalidad. La socialización, además, es parte imprescindible de ese proceso.
Para averiguar si vuestro hijo es adicto a los videojuegos o a la tele, os proponemos un sencillo test. Cada respuesta afirmativa se contabiliza como un punto. Dependiendo de la cantidad de éstos, se considera que la conducta es en mayor o menor medida adictiva
- ¿Se levanta y pone los dibujos
- ¿Desayuna mirando la tele?
- ¿Llega del colegio y va directamente a poner su programa favorito?
- ¿Su «deporte» favorito es mirar la tele o jugar a un videojuego
- ¿Prefiere quedarse en casa cuando le proponemos un plan divertido o que vengan sus amigos a casa?
- ¿Se inventa mil excusas para no salir y quedarse en el sofá delante de la pantalla?
- ¿No se va a dormir hasta que no acaba su serie preferida
- ¿Se sabe toda la programación televisiva? ¿Está pendiente de todas las novedades y conoce la historia de todos los personajes?
- ¿Te pide revistas informativas sobre televisión, películas o videojuegos?
- ¿Es capaz de pedir para Reyes o su cumpleaños una tele portátil o que instales una en el coche?
El desarrollo mental del niño va asociado de forma absolutamente interrelacionada con el crecimiento físico, especialmente con la maduración de los sistemas nervioso y endocrino. Por eso son tan importantes los primeros años de vida.
Sí. Es importante que disponga de tiempo para jugar y que pueda elegir entre varios juegos, pero debéis tener en cuenta que el juguete más sencillo a menudo suele ser el que le ofrece un mayor número de posibilidades de imaginación y juego. Trabaja con mímica, gesticula de manera exagerada para explicarle a qué quieres jugar con él; si lo hace su hermano o primo mayor el efecto será sorprendente. A los bebés les encantan los niños mayores y viceversa. Jugando aprenden y comprenden sus sentimientos, sus miedos y su mundo.
Los niños aprenden de distintas formas:
- Solos, para ir a su ritmo, resolver sus problemas y tomar sus propias decisiones.
- Con otros, para observar cómo juegan, aprender a explorar y relacionarse socialmente.
- De forma activa, moviendo las piernas y los brazos, bailando, saltando.
- Simulando o disfrazándose; cuando se convierten en monstruos, animalitos, papás, mamás, superhéroes y personajes de dibujos animados. También simulan cuando actúan, como si estuvieran en la guardería, en un hospital, en una fiesta de cumpleaños, etcétera.
Los niños desarrollan la inteligencia resolviendo problemas. Plantéale tareas sencillas para que las resuelva y ve aumentando el grado de dificultad a medida que crezca. Los retos deben ser fáciles, para que no se sienta frustrado y deje de intentarlo, a la vez que estimulantes, para que no se despiste y pierda el interés. Ayúdale a obtener pequeños éxitos mostrándole las soluciones.
Los niños aprenden a través del lenguaje. Habla con tu hijo mientras juegas con él y explícale qué estás haciendo y por qué lo haces. Los bebés suelen comprender más de lo que imaginamos, y explicar las reglas o el objetivo de un juego o actividad es un buen hábito. A los bebés les gustan los juegos de palabras y conviene hablarles con frecuencia.
¡Sí! Muchos padres se preguntarán cómo es eso posible si todavía no ha nacido, pero así es. Pensemos que el feto dentro del útero materno ya empieza a percibir cosas (ruidos, música, tonos de voz, el latido del corazón materno, etcétera) y responde activamente al entorno alrededor del cuarto mes de gestación. Los sentidos que se desarrollan más pronto son el auditivo y el kinestésico (sentido del movimiento). Si mientras lo llevamos dentro le solemos poner siempre la misma música relajante antes de ir a dormir, como Albinoni, Chopin o Mozart o cualquier balada moderna que nos produzca una sensación de paz y bienestar, y cuando nazca continuamos con esa costumbre, reconocerá la música y se calmará.
Cuando vayamos a jugar con nuestro bebé debemos relajarnos y apartar de nuestra mente cualquier preocupación, al menos mientras estemos con él. El bebé necesita tranquilidad y que la persona que esté con él muestre interés, motivación y alegría hacia la tarea que están llevando a cabo. El momento ideal para los juegos de estimulación es cuando el niño está despierto, tranquilo, alerta y sano. La idea es valerse de la rutina diaria y convertirla en una situación de juego y disfrute con el niño, y sin perder de vista nuestro objetivo: estimular su inteligencia y su capacidad para aprender a través del cariño, la dedicación y la entrega.
Cuando nace no es capaz de distinguir entre él mismo y el mundo que le rodea, puesto que nada sabe de éste. Sólo es consciente de sí mismo y de sus propias necesidades. No está familiarizado siquiera con las extremidades de su propio cuerpo, como lo demuestra el descubrimiento paulatino primero de sus manos y posteriormente de sus pies. El centro de su mundo se localiza en su estómago, desesperado de hambre o felizmente saciado.
Consejos prácticos 7
El primer órgano de aprendizaje es la boca, y en ella nos basaremos para realizar ejercicios de estimulación. A través de los diferentes objetos que descubre mediante la boca va estableciendo las primeras clasificaciones. Para él existen dos tipos de cosas: las que se pueden succionar y calman el hambre (biberón, pecho) y las que no (dedo, chupete, sábana, juguetes). En esta etapa, el niño clasifica todas sus experiencias, por eso es importante que juegue a través de los sentidos y de los movimientos más variados.
Su esquema es muy sencillo: descubre las cosas por casualidad y las relaciona con lo que ocurre inmediatamente después. El bebé, desde sus primeros días de vida, tiene una asombrosa capacidad de reaccionar a diferentes estímulos, como la luz, el sonido, el movimiento, el tacto o el gusto. Las últimas investigaciones en este campo demuestran que el recién nacido es un pequeño ser activo, atento y selectivo, que percibe y organiza las diferentes sensaciones que recibe desde los primeros días de su vida.
Un momento importante es cuando el pequeño descubre la cara de mamá y establece su primer contacto visual. Esta intensa mirada tiene dos objetivos fundamentales. Cuando practica más el enfoque sobre un objeto cercano —normalmente madre e hijo se sitúan a un palmo de distancia—, mejor aprende a percibir y a desarrollar la vista. Cuanto más se fija en su madre, más motivada está ella, y le responde sonriendo, cantándole o hablándole, estimulando así al niño a continuar su exploración visual del mundo.
La evolución global se apoya en tres pilares básicos e imprescindibles: el área intelectual, el área sensorio- motriz y el área emocional, que es la fuerza que empuja el crecimiento de las dos anteriores.
Al nacer, el bebé sólo entiende el lenguaje de la piel y necesita sentirse querido, que lo cojan en brazos, que le canten, lo acaricien, lo besen, lo achuchen… La tarea de adaptarse a ese extraño nuevo ambiente acapara todos sus esfuerzos. Por eso es importante que sienta cómo lo abrazan y lo sostienen con firmeza. El contacto con la piel le comunica una reconfortante sensación de seguridad y de atención que lo tranquiliza. Las madres apoyan instintivamente a sus bebés cuando lloran sobre el pecho izquierdo. Eso es debido a que, de este modo, la cabeza del bebé reposa sobre el corazón de la madre y, al oír el latido del corazón, se calla automáticamente. Por ello, durante estos primeros tres meses la atención y el cariño son tan vitales para el niño como el alimento.
En cuanto nace un bebé, se pone en marcha un intenso proceso de aprendizaje en todos los aspectos del desarrollo: cognitivo o intelectual, físico, psicológico, emocional y social. Para aprovechar al máximo este importante período, comienza a potenciar todas esas áreas desde que nazca tu hijo.
Para que desarrolle el área mental puedes dejarlo en una cuna con mucho espacio para que explore espacio pequeño-espacio grande. Puedes estimular su agudeza visual jugando con él a la “croqueta” en la cuna, empujarlo cuidadosamente para que gire sobre sí mismo. Puedes fomentar la comunicación hablando a menudo con él.
A esta edad, el bebé disfruta de la experiencia de la actividad motriz, aunque no sepa lo que está haciendo. Esto se deduce de la intensa curiosidad con que contempla su mano cuando ésta pasa por delante de sus ojos. Parece no tener control sobre ella, ni conciencia de que pertenece a su cuerpo. Sólo por casualidad se la lleva a la boca, donde puede chuparla. Este descubrimiento casual le causa tal sorpresa que no se cansa de repetirlo una y otra vez hasta que aprende a controlarla y se da cuenta de que esa mano que ve pasar es suya, la siente y experimenta como parte de su cuerpo. Acaba de formar un nuevo esquema de aprendizaje sensoriomotor: al reflejo sensorial de succión le ha asociado el control motor de la mano para lograr su objetivo.
Una niña de apenas tres meses no puede comprender que su madre está en la misma casa, aunque no la vea, ya que todavía no se puede hacer un plano mental de dónde están cada una de las dos y además la voz no le sirve para identificarla. Si ella no te ve, es que no estás. Ese proceso le llevará dos años largos de aprendizaje. Así que, ¡paciencia! A esta edad es normal que no te deje hacer nada y que te la hayas de llevar contigo a todas partes hasta que vaya aprendiendo a esperarte sin frustraciones. Dale pequeñas pistas y auséntate pocos minutos para que vaya confiando en ti, poco a poco. Despacito y buena letra. Verás como no es difícil.
El área mental puedes desarrollarla con el “está no está”, o enseñándole objetos atractivos o jugando al caballito. El objetivo es que sonría, buscar su aprobación. También podemos buscar sus respuestas con las cosquillas, las sonrisas, al oír nuestra voz, con patadas y movimientos de brazos, que facilitará el desarrollo del área social. Podemos hacer un sonido para que el bebé se gire y busque de dónde viene el ruido; esto favorece el área auditiva.
Consejos prácticos 8
Supone un entrenamiento fantástico para que los dos lados del cerebro, el derecho y el izquierdo, que hasta ahora funcionaban por separado, empiecen a colaborar y trabajen juntos para conseguir nuevos movimientos o habilidades. Cuando comienza a gatear se mete debajo de las mesas o armarios y aprende que las cosas son diferentes según las mire desde arriba o desde abajo. Está aprendiendo con su cuerpo el significado de debajo, encima, adentro, afuera, arriba, abajo, y la diferencia entre los objetos y el espacio vacío. Estos conceptos espaciales se construyen sobre la base de la experiencia sensorial y motriz. Mucho antes de que el niño comprenda los términos derecha o izquierda, ha de tener millones de experiencias de lateralidad y de direcciones opuestas, en espera de ponerle la etiqueta verbal en cuanto aprenda a hablar. Si no tiene estas experiencias es imposible que luego asigne la etiqueta, y normalmente queda vacía.
Sí. Para llegar a gatear con soltura es necesario pasar por varias etapas: pregateo, reptación, gateo en paralelo y gateo con patrón cruzado.
Uno de los juguetes más típicos de esta edad son los cubos apilables de distintos tamaños y colores. El bebé juega a encajarlos uno dentro del otro y a ordenarlos de mayor a menor. Esta actividad aparentemente lúdica esconde los cimientos del pensamiento matemático. Aparece la capacidad de clasificación, la habilidad para agrupar objetos con ciertas características comunes y constituye otra operación lógica que tiene su origen en la experiencia sensoriomotriz. Alrededor del año y medio, ya son capaces de observar determinadas características, como el color, el tamaño, la forma, y hacer grupos de objetos. Es un juego muy interesante para la evolución de la mente del niño.
Podemos escuchar música con ellos y hacerles seguir el ritmo con palmadas para desarrollar su sensibilidad auditiva. Podemos esconder algún objeto y pedirle que lo busque, o utilizar el barro o la plastilina para que haga formas y distinga húmedo-seco. Será bueno que aprenda a subir escaleras alternando los dos pies, ya que de esta manera aprende a coordinar los dos hemisferios del cerebro (lo que se conoce como patrón cruzado). Es importante que a esta edad juegue con niños, ya que así desarrollará el área social y aprenderá a compartir.
Es muy importante en esta etapa que desarrolle la lateralidad: podemos observar con qué oreja escucha más o a cuál se lleva el auricular del teléfono, o cuál es su ojo director (hazle guiñar los ojos), con qué mano aguanta más tiempo un objeto, y con cuál tiene más fuerza y más destreza. Juegos positivos en esta época pueden ser el clasificar por criterio de tamaños, que desarrolla su área mental, o saltar con los dos pies un obstáculo, que favorece el desarrollo del área motriz. En cuanto al área manipulativa, sería bueno que jugara con cubos e hiciera filas, con el fin de establecer una seriación.